En la quietud de un día normal, el peso de un cumpleaños olvidado se instala con una pesadez casi palpable.
Los cumpleaños suelen ser marcadores de tiempo, llenos de alegría, risas y compañía de los seres queridos.
El día se desarrolla con una conmovedora reflexión sobre los recuerdos de cumpleaños pasados.
Conforme pasan las horas, el silencio se convierte en un compañero, un espacio de introspección.
En esta tranquila introspección, uno se da cuenta de que el valor de uno no se define únicamente por el reconocimiento de los demás.
Los recuerdos agridulces perduran, no sólo como un recordatorio de lo que se perdió, sino como un testimonio del rico tapiz de experiencias que moldean quiénes somos.